miércoles, abril 08, 2009

Conversando con Satanás

“Puedo decir que he hablado muchas veces con el demonio”. Esto lo afirma el padre José Antonio Fortea en su libro Svma daemoniaca.

Mucho se critica a la Iglesia Católica, pero cuando se requiere de llevar a cabo un exorcismo, los sacerdotes católicos son los únicos que pueden hacer el trabajito. Un caso real y difícil de posesión fue el de una muchacha, a quien Fortea se refiere como “Marta”, para proteger su identidad. Mientras Fortea le expulsaba demonios, había un grupo satánico que hacia ritos para que entraran nuevos demonios en ella. Fortea nos cuenta: “A Zabulón —un demonio en Marta— le mandé repetir ‘cuánto más me valdría no haber desobedecido’, y lo dijo.

“Entró otro demonio llamado Janser. Después de mucho invocar a San Miguel Arcángel, al fin vino: la posesa miró a un punto concreto con terror como diciendo ¡no!, luchó arañando el aire y una fuerza invisible la obligó a besar el pie de la imagen de la Virgen y el Sagrario. Janser salió y San Miguel habló a través de Marta, dijo, con una voz bella que transmitía paz, amor y bondad que tuviéramos fe.
Después escribió: “...Hay muchos demonios ocultos en personas que no lo saben”.

“Dentro de Marta también estaba Lucifer, el segundo demonio más importante. Cualquier pregunta que le hiciera a Lucifer me respondía en un tono burlón: ‘¡Qué toooonto eres!’. Cuando rezaba, gritó furioso: ‘Me pone enfermo tu paciencia; ¡Pero es que no te cansas nunca!’.

Le pregunté a Zabulón —siempre en el nombre de Jesús— que por qué no salía. Dijo, ‘yo quiero salir; Dios no me deja’.

“Le pregunté: ¿Por qué?, y musitó: ‘Para que se conciencien’.

“El infierno sabía que Zabulón estaba a punto de ceder y salir, consideró la publicidad y lo que estaba en juego en el caso. Por ello entró en Marta el más poderoso de los ángeles caídos: Satán”.

A la madre de Marta se le ocurrió —mientras veía las noticias de la guerra en Irak— rezar un Padre Nuestro por el alma de Sadam Hussein y el Demonio empezó a gritar repitiendo con furia: “Es mío, cállense”.

Satán le dijo a la madre de Marta —a través de ella— que con la guerra buscaba crear destrucción y sufrimiento.

“Al principio de una sesión le pregunté: ‘¿Cuántos están?; la respuesta fue, YO’. Lo dijo con una voz terrible, rugiente, como rugido de león. La voz de Satán es la que más odio denota.

Después escribió: “Yo quiero que nadie rece, quiero que la gente no crea en Dios. Quiero perder el máximo de almas posibles y llevarlas a la más completa desesperación y pena, a la destrucción. Los seduzco con falsas promesas que nunca cumplo para atraerlos a la oscuridad.

“(Me acordé de los políticos). Hay gente que, sin saberlo, se va hundiendo poco a poco porque no me ven. No saben que detrás de esos pequeños vicios estoy yo. San Miguel me obliga a escribir porque ellos deben saber para poder defenderse y no caer en mis redes. Yo busco su perdición. La gente debe volver a Dios de forma intensa, rezar, hablar con Dios, pedirle lo que necesitan, Él los escucha siempre. Yo influyo fuertemente para que la gente no crea. Les inculco no creencia, no moral, nada es pecado, todo está bien, les incito a la destrucción.
Los odio. Ellos no se dan cuenta. Las cosas deben cambiar. Tienen que saberlo: cuanto más se alejan de Dios, mas actúo. Yo soy Satán”.

Héroes paralelos

Un preso se fugó del bloque 14, del campo de concentración nazi en Auschwitz. Como no lograron atraparlo, la regla era que 10 de sus compañeros serían condenados a morir.

Al día siguiente alinearon en el patio a los presos del bloque 14. Fritsch, “El Carnicero” —era el comandante del campamento— seleccionó a los 10 condenados. Uno de los desafortunados era Frank Gajownieczek, quien gemía de dolor, diciendo: “¡Adiós, mi pobre esposa, adiós mis hijitos huérfanos”.

De repente, un hombre dejó su lugar en la hilera, avanzó hacia Fritsch y se detuvo frente a él. Fritsch preguntó a su traductor: “¿Qué quiere este cerdo polaco?”, -“Quiero morir en lugar de uno de los condenados”, dijo Maximiliano Kolbe, prisionero 1670.

El comandante, mirándole de arriba a abajo, le dijo fríamente:

-“¿Quién eres?”, –“soy sacerdote católico”, respondió Kolbe.

-“¿Por qué haces esto?”, preguntó Fritsch. -Kolbe replicó: “Soy un hombre viejo, señor, y bueno para nada. Mi vida ya no es útil para nadie”.

-¿En lugar de quién quieres morir?”, preguntó el comandante. -“En lugar del que tiene esposa e hijos”, dijo Kolbe señalando a Frank. El comandante dijo: Aceptado. Los 10 prisioneros fueron llevados al subterráneo para que murieran de hambre. En el calabozo retumbaban los alaridos de desesperación.

Desde que entró Kolbe —animados por su ejemplo—, los condenados rezaban el Rosario y cantaban. Al cabo de varios días las oraciones eran un pequeño rumor. Los prisioneros comenzaban a extenuarse. Mientras que los demás yacían en tierra, impotentes, el padre Kolbe saludaba a los guardias todos los días de pie o de rodillas con el rostro siempre sereno. No se quejaba ni pedía nada. Uno de los guardias dijo: “Este sacerdote es un verdadero hombre. Nunca antes vi uno como él, con tanta resistencia física”. Al cabo de tres semanas sólo vivían el padre Kolbe —el único lúcido— y dos prisioneros. Entonces el jefe de la enfermería inyectó veneno a cada uno de los supervivientes. Al poco rato los tres murieron.

El padre Kolbe quedó sentado en el suelo, muerto, apoyada la espalda en el muro, con los ojos abiertos, con una expresión de paz y serenidad. Era el 14 de agosto de 1941.
Cuando era pequeño, Kolbe tuvo un sueño en el cual la Virgen María le ofrecía dos coronas, si era fiel a la devoción mariana. Una corona blanca era la virtud de la pureza, y la roja, el martirio. Dios le concedió recibir ambas coronas.

Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos, a esa gran fiesta asistió Frank, el hombre por quien Kolbe se sacrificó.

Armando López Picón, también murió como héroe. Sucedió en Saltillo, en Paseo de la Reforma, el pasado sábado 28 de marzo. Armando salvó de morir —aplastada por un camión— a su hija de ocho años. En un acto de sacrificio, Armando dio su vida por la de su hija al tirarse para evitar la tragedia sobre su niña. Con su desafortunada muerte, produjo más vida afortunada, la de su hija y la vida eterna para su alma.

Se ganó el pase automático al cielo. Deja un ejemplo de amor y honor, herencia invaluable para su esposa, hijos y para la sociedad. En esta época en que la vida no se valora y se muere sin razón, Armando y Kolbe tuvieron una razón para morir con valor: el valor de una vida. “Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos”.